Mi Nombre es Isabel – Episodio 4

Mi Nombre es Isabel – Episodio 4

Demasiado drama en el poco tiempo que llevo como turista, y algo me dice que no será diferente conforme avance. En este mundo, donde los lobos se disfrazan de cordero, es impredecible saber el costado por el cual atacarán primero. Y a mí, que solo dispongo de un trapo sucio y destrozado al que llamo vestido, los colmillos me perforan como si fuese mantequilla.

Mientras compadezco el estupido intento por acabar con mi vida, trato de encontrar mi reflejo en el parabrisas del autobús, que parado enfrente mía recoge a sus tripulantes, pero no veo reflejo alguno. La casualidad me salva del supuesto atropello, para que vuelva a escapar de los problemas, por lo que me uno a los viajeros con la idea de dejar atrás todo lo sufrido, aún por imposible que sea escapar de los recuerdos. No puedo borrarme de la cabeza el cadáver de esa pobre mujer.

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Parada tras parada, no me despego de mi asiento, no tengo ganas de conocer lo que me espera en mi próximo destino. Tal vez sienta miedo, pero, Patricia me enseñó a usar la valentía por encima de los temores, y la pequeña Lucía, que la ilusión es el motor que nos hace progresar. Creo que esperaré hasta el final del trayecto.

El paisaje a través de la ventana me hipnotiza, he de reconocer que la naturaleza es de una belleza inigualable, las inmensas cordilleras me hace sentir diminuta como las hormigas y la variedad de colores que forman el panorama me invitan a formar parte del lienzo. Dibujo y coloreo, una bandada de pájaros por aquí, unos preciosos árboles por allá y el campo de espigas que no falte. Dejo divagar mi imaginación, ni Cibeles lo haría mejor por muy diosa que sea. Al igual que el auto feedback, el sarcasmo también es mi terapeuta, no puedo parar de reirme, por lo menos hasta que una pareja de ancianos se sienta en mi sitio, teniendo yo que levantarme y cambiar de lugar. ¡Qué rabia! Las mejores vistas están de ese lado. 

Noto como con un gesto el anciano acaricia la mejilla de su mujer, terminando por besarla sin tener que pedirselo, la escena me conmueve. Los envidio. Me pregunto si yo también soy merecedora de amor verdadero, lo necesito como el aire que respiro. Aunque no permito que la soledad cause estragos en mi persona, la nostalgia a veces es imparable, certera y aplastante, me acosa allá donde vaya.

Comienzo a dar cabezadas, cuando en la siguiente parada se sube un joven y apuesto  chico que se acerca cada vez más a mi, creo que otra vez voy a tener que cambiarme de sitio. 

—¿Perdona, está ocupado? —pregunta educadamente el chico.

—No, no, en absoluto —respondo sorprendida.

—Por cierto, me llamo Jack —impone su mirada—. ¿Y tú, cómo te llamas?

Paso por alto el hecho de que una persona de carne y hueso está interactuando conmigo, que no puedo parar de fijarme en la mala impresión que debo estar causando, descalza con el vestido sucio y maloliente, que momento tan embarazoso, me muero de vergüenza.

—Me llamo Pru… —me trabo al intentar pronunciar mi nombre.

—Te ha comido la lengua el gato “ja ja ja” —dice el chico mientras empieza a reír.

¡Dios mío, tragame tierra! ¿qué me está pasando? Me cuesta decir palabra y noto como mis dientes se debilitan, intento rectificar mi trabalenguas para no quedar en evidencia. Pero la situación no hace más que empeorar y empeorar, apenas abro boca, noto como uno a uno se me van cayendo los dientes sin ninguna explicación. En mi paladar, incisivos, caninos y molares bailotean a sus anchas mientras trato de mantener la boca cerrada, pero la sensación puede con mis escrúpulos y automáticamente los escupo sobre mis manos. ¡¿Por qué me pasa esto?!

¡Piii, Piii! El sonido de un claxon me despierta, me alivia saber que se trataba de un sueño. Al parecer hemos llegado a nuestro destino, una pequeña ciudad costera. Está oscureciendo, a lo que guiada por el olor del mar, me apresuro y me dirijo a la playa, necesito respirar un aire más puro. 

Por fin, dejo el duro asfalto y sumerjo mis pies desnudos en la blanda arena, mientras las olas de la orilla bañan mis tobillos, que agradable sensación. Conforme cae la noche, avisto a lo lejos una luz que no para de dar vueltas sobre su propio eje, ¿qué es lo que será? 

Mientras sigo el rastro de aquella extraña luz móvil, me extraña cada paso que doy, ninguno marca la arena. De querer seguir mi rastro nadie podría, no dejo huella. 

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A medida que me acerco, sobre la llanura de un vasto acantilado, veo lo que parece ser una especie de torre que emite esa luz moviente. No estoy muy segura de la función que realiza, pero su atractivo centelleo entre el crepúsculo del anochecer me cautiva, quiero verla más de cerca. La torre es enorme y hermosa, aquí posicionada en la punta del cabo, como si fuese la centinela que desde la costa vigila. Me dejo engatusar por la belleza del momento y una leve brisa templada me acaricia el rostro. Inspiro profundamente con los ojos cerrados y sin desnudarme, salto desde lo más alto del acantilado para sumergirme en el agua calma y silenciosa. Buceo y chapoteo, disfrutando como una niña chica que recién ha aprendido a nadar, pero al sentir como algo me roza las piernas mientras me mantengo a flote, toda la satisfacción que sentía se desvanece, y el pánico me posee. ¡¿Qué es eso!? Por suerte para mí, no tengo nada que temer, se trata de un joven delfín que se ha extraviado de su grupo. El mamífero me demuestra una grata simpatía y me acompaña mientras nado hacia la orilla, ofreciéndose de apoyo al percatarse de mi escasa experiencia en la natación. En la oscuridad marina, me divierto con el joven cetáceo, cada movimiento se asemeja a aquellos realizados en la natación sincronizada, formamos un gran equipo. Parece ser que tenemos algo en común, también está solo. 

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Debido a la larga siesta, esta noche no puedo pegar ojo, por lo que me despido de mi nuevo amigo y me decido pasar la noche en vela, observando las estrellas acostada en la arena, el clima me lo permite. Hay infinidad de estrellas, todas brillantes en sus respectivos lugares del inmenso universo, me sirven de pasatiempo mientras cae la noche. Un sombrero, una gato, un corazón… Con líneas imaginarias, unifico cada una de las estrellas entre sí, formando diversas figuras y dibujos geométricos, al mismo tiempo que varias estrellas fugaces se ponen de acuerdo para viajar a toda velocidad, pero las ignoro. Ni siquiera un convoy de estrellas fugaces sería capaz de hacer realidad mis deseos. Aquellas estrellas especialistas, que desconocen la crueldad y se aferran a la fantasía, por esa razón ninguna se queda, todas pasan de largo. Porque en un mundo cambiante donde la felicidad es intermitente y los deseos no siempre se cumplen, los generalistas sobreviven a los cambios, mientras los especialistas se consumen en la búsqueda de la adecuación inexistente. Seguid vuestro camino, aquí no se os ha perdido nada.

El cielo comienza a clarificarse, está saliendo el sol y sus primeros rayos atrapan a aquellos que de primera hora reservan su sitio para pasar el día en la playa. A pocos metros de mí, una mujer solitaria de mediana edad extiende su toalla sobre la arena y se prepara para tomar el sol. Me parece que es el momento de adoptar un nuevo cuerpo.

¡Ay!… siento dolor, mucho dolor. ¿Pero quién te ha hecho tanto daño? 

No me esperaba que el corazón de esta mujer estuviese roto en pedazos tan pequeños, que intentar recomponerlo sería una tarea bastante complicada. Siento como me conecto con su ego, que toma las riendas de mi consciencia y un cúmulo de pensamientos fríos como la nieve contrasta con el calor abrasador que emite el sol. Me merezco todas estas agujas que atraviesan mis ventrículos, soy egoísta, no me entrego lo suficiente a los demás como para merecer ser valorada y querida. Ni la soledad quiere mi compañía, rechaza mis indirectas y corrompe mi autoestima, dejando paso al recuerdo de un amor que continúa viajando por la cabeza. Cada pensamiento insano es un latigazo sobre mi espalda. 

—¡Cuidado! —advierte una voz masculina.

Estoy tan profundamente sumida en mis pensamientos que inesperadamente una pelota me golpea accidentalmente, aunque sin causar ningún tipo de daño.

—¿Estas bien? —pregunta un hombre espectador de la escena, al mismo tiempo que recupera el balón desviado y lo devuelve a un grupo de jóvenes que juegan al volleyball.

—Si, estoy bien, gracias, no ha sido nada. —respondo con una sonrisa.

—Por cierto, me llamo Jack, ¿y tú, cómo te llamas?

¿Jack? No sé porqué, pero ese nombre me suena haberlo escuchado anteriormente.

¿Bipolaridad? No creo, soy muy exagerada. Pero inexplicablemente mi estado de ánimo pasa bruscamente de ser desanimado, a esperanzador, ilusionandome por querer conocer la oportunidad que se me presenta, esa oportunidad de volver a sentirme querida por alguien.

—Encantada de conocerte Jack, mi nombre es Isabel.

CONTINUARÁ…

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Alessandro (50)

Author and Creative Writer @ Naralimon